"Amenaza transgénica", sálvese quien pueda!...
Este post va para los amigos del obstinado y absurdo discurso antitecnológico. Nació tras una discusión entre amigos acerca del los polémicos alimentos transgénicos.
La biotecnología ha tenido un impresionante y acelerado avance en las últimas décadas, y no piensa detenerse. Probablemente sea el área de desarrollo tecnológico que tendrá, junto a las comunicaciones, mayor impacto en nuestro estilo de vida en el próximo siglo. La versatilidad que ofrece esta ciencia la provee de un enorme potencial para desarrollarse en muy diversos ámbitos: agrícolas, ganaderos, sanitarios e industriales en general; aunque hasta el momento ha sido la agricultura, sin duda, el sector de mayores aplicaciones para ésta.
Los alimentos transgénicos son un resultado obvio de la investigación biotecnológica. Para los que no hayan leído al respecto, se trata de alimentos modificados genéticamente (en general mediantre adición de genes) con el fin de obtener mejoras en sus cualidades nutricionales, mayor resistencia a insectos, parásitos y bacterias, mayor resistencia a pesticidas y a estresores ambientales como las heladas o las sequías, entre otras cosas, con mejoras en la productividad y calidad del producto.
Con su aparición numerosos grupos han comenzado a presentar una fuerte resistencia a la propagación de estos productos, muchas veces surgida del temor y de la ignorancia, bajo la premisa: “si no es natural no es bueno”. Existen excelentes argumentos para introducir estos alimentos con precaución y algo de suspicacia en la mesa y en el mercado mundial; sin embrago no son los más comunmente escuchados en el debate popular y no parecen ser los principales factores de “resistencia a los transgénicos” en el ciudadano común.
Un aspecto, muy concreto, de la “falacia naturalista” impone el juicio mencionado de que lo natural es sano y lo artificial insano, indebido o malo. Pero, ¿qué ocurre si generalizamos esta idea?
Todos los logros de la medicina occidental, corresponden a procedimientos técnicos humanos que tendríamos que denominar artificiales. La esperanza de vida humana ha aumentado globalmente en cerca de 25 años gracias a estos conocimientos sólo en el último siglo; destacando particularmente en este logro la “antinatural” aparición de los antibióticos en 1941. ¿Juzgaría alguien esto como negativo, malo o insano?.
La fabricación de ropajes con elementos sintéticos ha abaratado el costo de producción de ropa, mejorando su accesibilidad, y potenciado su calidad en cuanto a propiedades como la impermeabilidad y el abrigo. ¿Será necesariamente “mejor” vestirnos tan sólo con prendas de origen vegetal o animal?
La acumulación y distribución de energía, la tecnología de las comunicaciones y el transporte, entre otros cientos de invenciones humanas ¿son negativas o insanas por sí mismas?. ¿Es mejor o más “sano” caminar que desplazarse en avión, toda vez que el avión es artificial o antinatural?
¿Existe alguna diferencia para los alimentos?
Probablemente nuestras creencias religiosas, en particular de la tradición judeo-cristiana, son un factor que conciente o inconcientemente está implicado en la falacia naturalista: “no podemos tener la arrogancia de cambiar lo que Dios a creado” o “lo que dios nos ha regalado”. Una forma “suave” de lo anterior cambia el término Dios por naturaleza o vida. Pero ¿será arrogante intentar mejorar nuestras condiciones materiales de salud y vida, una vez más, con nuestro intelecto (que Dios, la naturaleza o la vida nos ha dado)?
Motivos para preocuparse y estar atentos al proceso de “transgenización” de nuestros alimentos no faltan: que genes que provean resistencia a pesticidas sean transmitidos a otras especies que buscamos eliminar con los pesticidas, con el peligro de un aumento final en la cantidad y tipo de pesticidas empleados; que otros genes con diversas propiedades pasen a otras especies vegetales además de la especie objetivo (“contaminación genética”); la reducción de la biodiversidad; la eventual aparición de antígenos alergénicos en alimentos que antes no los tenían, o el empleo de los transgénicos para provocar la dependencia comercial de los productores y el control de las multincionales sobre el mercado mundial, entre otras cosas, muchas posiblemente inesperadas.
La incorporación de cualquier tecnología biológica presenta riesgos potenciales, pero esto no quiere decir que dichos peligros sean insoslayables. Asumidos como desafíos, multiplicando los esfuerzos intelectuales y aplicando criterio probablemente podamos lograr fórmulas que permitan que el costo-beneficio sea satisfactorio para nuestra especie, en vez de tan sólo censurar todo intento de avance paralizados por el temor. Los antígenos alergénicos siempre han existido, quizás se puedan eliminar en alguna medida de los productos que ya los tienen ¿Por qué no?. La biodiversidad natural puede verse afectada, pero la biodiversidad que pueda surgir de nuestra técnica es potencialmente infinita ¿se ha quejado alguien de que la especie humana haya dejado de percibir mejoras adaptativas mediante la selección natural por culpa de la medicina?
El asunto crítico es, a mi juicio, el del buen criterio y “la conciencia social”. El último punto mencionado como potencial peligro (el control del mercado mediante los transgénicos) es sin duda el peor, y puede generalizarse: el empleo de la ciencia, que no es más que una herramienta, para fines egoístas no puede más que provocar sufrimiento y daño. Si pretendo aplicar la tecnología de los transgénicos para mejorar la productividad a costa de las propiedades nutricionales de un producto, sin un adecuedo cuidado por el daño que esto pueda provocar a otros, o la sustentabilidad económica y ecológica de la intervención, posiblemente lo logre. Y esto es, en términos éticos, claramente negativo e insano, como lo fue emplear los nuevos conocimientos físicos para la invención de la bomba atómica a principios del siglo pasado. Pero, una vez más, no es la tecnología en sí misma la “mala”, sino nuestro individualismo y egoismo. La amenaza somos nosotros mismos.
En palabras de Einstein “¿Por qué esta magnífica tecnología científica, que ahorra trabajo y nos hace la vida mas fácil, nos aporta tan poca felicidad? La repuesta es esta: simplemente, porque aún no hemos aprendido a usarla con tino”.